“¿Cómo supero el encierro? Mi mente no
está encerrada”, dice a un año de refugiarse en la embajada de Ecuador.
POR AFP / 16/06/2013 / LONDRES. “Hemos ganado la
guerra”, asegura orgulloso Julian Assange, el fundador de WikiLeaks recluido
desde hace un año entre las cuatro paredes de la modesta embajada de Ecuador en
Londres, sin esperanza de salir pronto de su prisión diplomática.
“Representábamos
una pequeña web radical, decidida a publicar la verdad sobre la guerra, sobre
los servicios de inteligencia y sobre la corrupción a gran escala, atacando de
frente al Pentágono, al departamento de Estado... ¿Nuestras posibilidades de
ganar? A priori eran nulas. Pero ganamos”, insiste en una entrevista el
australiano de 41 años, que se ve como un David ante el poderoso Goliat
estadunidense.
Enemigo de
Washington por haber difundido cientos de miles de documentos secretos
diplomáticos y militares, Assange habla con un hilo de voz de su detención en
Londres, el 7 de diciembre de 2010.
“Pasé 10 días
en una celda de aislamiento y 590 días en arresto domiciliario”, dice. El
tiempo necesario para librar y perder una batalla contra su extradición a
Suecia para responder a supuestas acusaciones de agresión sexual, que niega.
Tras el maratón
judicial, empezó el lío diplomático.
El 19 de junio
de 2013 hará exactamente 365 días que el exhacker convertido en ciberguerrero
de la información franqueó la puerta del edificio diplomático de ladrillo rojo
situado a dos pasos del gran almacén de lujo Harrods para pedir asilo político.
Un 'bobby' con
hombros de luchador monta guardia en el vestíbulo, junto a la puerta blindada
que da acceso a la embajada, en la planta baja. Otros policías patrullan día y
noche bajo el balcón donde el refugiado hizo su última aparición pública justo
antes de Navidad.
Julian Assange
está avisado. Si pone un pie fuera, será detenido y extraditado a Suecia.
Lo que más teme
es lo que viene después: una transferencia a Estados Unidos y un juicio por
traición. Porque, según él, Estados Unidos bajo la presidencia de Barack Obama
(“un lobo disfrazado de cordero”, según él) “quiere vengarse”.
El militante
rubio platino habla de la continuación de su combate sentado en un sillón rojo
y oro. Está pálido, mal afeitado, se ha puesto una chaqueta para la ocasión y
lleva corbata, pero va en calcetines.
¿Para qué
ponerse zapatos cuando se vive recluido en unos pocos metros cuadrados con
parqué en el suelo? Assange sonríe, responde “aquí estoy en casa” y luego
explica que es una costumbre que adquirió en las playas australianas.
Detrás de él,
la biblioteca alberga obras dispares, entre ellas una antología del poeta
uruguayo Emilio Oribe y un tratado de geografía y geología de Ecuador. Los tres
loros del colorido cuadro colgado en la pared no bastan para alegrar el
estrecho salón donde recibe, cerca de la habitación mal ventilada donde vive
como en una “cápsula espacial”, equipada con una lámpara solar y una cinta para
correr.
Aislamiento
Mientras tanto, del otro lado del Atlántico, un simple soldado, Bradley
Manning, exanalista de inteligencia en Irak de 25 años de edad, es juzgado en
una corte marcial por haber estado en el origen de “la filtración del siglo” de
WikiLeaks.
“Lo que está en
juego es el futuro de la libertad de prensa en Estados Unidos y en todo el
mundo”, asegura Assange. El veredicto podría cambiar su propio futuro. Para él,
este “juicio espectáculo” es también el suyo, en rebeldía, por complicidad.
Assange se
alegra de que otros “héroes” hayan tomado el relevo. Como Edward Snowden, el exagente
de la CIA que reveló “hasta qué punto Estados Unidos se ha convertido en un
Estado de vigilancia masiva insidioso”.
El refugiado
dice también verse reconfortado por el hecho que WikiLeaks es “más fuerte ahora
que hace dos años”, porque continúa con sus revelaciones y sobrevivió a una
embargo bancario. Y se beneficiaría de un apoyo renovado en Estados Unidos,
Reino Unido y en “todo el continente latinoamericano”.
Muy locuaz
sobre su cruzada, Assange es menos elocuente cuando se trata de hablar de su
estado de ánimo y de su aislamiento.
Está rodeado
por un núcleo de incondicionales, entre ellos un guatemalteco que lleva una
camiseta con las efigies de Martin Luther King, Mandela, Gandhi, Einstein y
Assange.
Personalidades
de todo tipo han desfilado por la embajada durante su reclusión: la diseñadora
Vivienne Westwood, la cantante Lady Gaga, el cineasta Oliver Stone o el juez
español Baltasar Garzón.
Pero Julian
Assange se enemistó con numerosos partidarios que le acusan de megalomanía.
Este domingo
esperaba la visita del canciller ecuatoriano, Ricardo Patiño. Salta la vista
que no espera un avance diplomático, un salvoconducto milagroso.El desenlace
choca “con un problema de prestigio para Estados Unidos, Reino Unido y Suecia”,
señala. “¿Qué dónde estaré en un año? En Australia espero. O en Ecuador. O
recorriendo el mundo”, afirma. “Las circunstancias son difíciles, en el aspecto
físico. Pero trabajo todos los días ¿Me pregunta cómo supero las dificultades
inherentes al encierro? Mi mente no está encerrada”, concluye.