La guerra civil ha llegado a una
nueva altura en Siria. Para Washington toda la violencia sería responsabilidad del
presidente Al Assad. Rusia y China le vetaron una resolución anti-Siria en la ONU.
Por Emilio Marín
A diferencia de los enfoques que
tenían durante la invasión norteamericana a Irak, ahora hay canales de televisión
que sintonizan la misma onda. En 2003 la CNN mostraba en Irak una contienda sin
cadáveres, sólo con cielos iluminados por los misiles. En ese momento la qatarí
Al Jazeera mostraba la verdad de esa guerra infame. Después se supo que en 2004
George Bush pensó bombardear sus instalaciones en Qatar.
La crisis en Siria ha logrado el
milagro de que CNN y Al Jazeera converjan en una misma lectura, lo mismo que Al
Arabiya, de los Emiratos. Las tres proveen al mismo la misma versión de lo que sucede
en Siria. Sucintamente, que allí rige una dictadura familiar muy cruel y enriquecida,
que su pueblo demanda democracia y que el Ejército Libre Sirio (ELS) está luchando
por ese objetivo. Esa oposición necesita de la intervención de los países amantes
de la libertad, comenzando por Estados Unidos, dice la CNN, y no se olviden de Qatar,
Emiratos y Arabia Saudita, añaden sus colegas.
Una parte de la audiencia mundial
debe creer en ese discurso tan sesgado y funcional a la Casa Blanca. Pero aún si
esa valoración fuera la adecuada –que no es- la versión edulcorada dejaría sin contestar
cosas elementales. ¿Cómo se puede calificar de ícono de la democracia al imperio
más armado de la historia y con guerras en varios frentes simultáneos? Tampoco se
demostraría qué semejanza con la democracia tienen los reyes y emires multimillonarios
que nunca trabajaron y que tampoco ganaron una sola elección en sus vidas. Casos
del rey saudita Abdalá bin Abdelaziz, el emir de Qatar Hamad bin Khalifa al-Thani
y el de Emiratos Árabes, Khalifa bin Zayed Al. Si estos personajes son la equivalencia
de democracia, como Bush y Barack Obama, entonces sus enemigos, entre ellos el presidente
sirio Bascher Al Assad, no deben ser tan dictadores ni pueden ser peores que ellos.
Siria es un país árabe que bien
podría calificarse de “laico”, en comparación con el grueso de los que componen
la Liga Árabe, desde tiempos del extinto presidente Hafez Al Assad, que gobernó
hasta 2000 y fue reemplazado por su hijo Bascher.
Con ambos hubo un relativo equilibrio
de religiones y confesiones, pues el grupo presidencial pertenece a los alawitas
(rama musulmana de los chiítas), de buena relación y armonía con los mayoritarios
sunnitas, drusos, cristianos, etc. Congeniar tantas visiones del mundo, de la política
y de los negocios, no ha sido fácil, pero sus enemigos no le reconocen siquiera
este mérito.
Siria no es el paraíso, desde el
punto de vista del desarrollo económico, pero tiene un desarrollo intermedio, no
hay miserias espantosas y, dentro del capitalismo, el Estado está presente. Cultivan
trigo y algodón, y tiene industrias textil, cementera, metalúrgica, refinerías y
centrales eléctricas, amén de su milenaria cultura. Explota sus reservas petroleras
y, sobre todo, estaría sentada sobre las reservas de gas más impresionantes del
planeta. Ese potencial tiene que ver, seguro, con sus desgracias y violencias reaparecidas
el año pasado.
Orden de largada
La orden de largada de la actual
guerra civil se dio el 15 de marzo de 2011 en la ciudad de Deraa, cuando opositores
al gobierno prendieron fuego a los tribunales de la ciudad y la sede del partido
oficialista Baath.
Hubo represión y muertos y heridos
por ambas partes. Allí se prendió una mecha que fue incendiando paulatinamente el
país y que en este julio llegó con batallas a la misma capital, Damasco.
Las posiciones se fueron polarizando
y convirtiéndose en irreconciliables. Para esos opositores, Al Assad es un dictador
y debe ser depuesto violentamente, siguiendo la huella de las rebeliones de Egipto
y Túnez. En realidad, esos opositores no están siguiendo el modelo del Cairo sino
de Libia, donde no fue una rebelión popular la que derrocó a Muammar Khadafy sino
una intervención armada extranjera, junto a operadores locales.
Esos sirios organizaron su Ejército
Libre de Siria y un Consejo de Transición de Siria, a imagen y semejanza con lo
que la OTAN forjó en Benghazi y otras ciudades del norte de África, hasta que pudieron
entrar a Trípoli y asesinar a Khadafy.
Los líderes del CTS viven en Francia
y los del ELS en Turquía, aunque a esta altura de los acontecimientos, por el fragor
de los acontecimientos, varios de esos jefes, sobre todo los militares, ya deben
estar en el terreno.
Por su parte el mandatario alawui
también radicalizó su posición y calificó a sus enemigos como “mercenarios” y “terroristas”.
En un principio el gobierno hizo una concesión importante, pues levantó el estado
de emergencia que tenía varias décadas de existencia prohibiendo manifestaciones
y protestas. Abrió así una válvula de escape para que la oposición apostara a una
vía pacífica. Al mismo tiempo en febrero pasado llamó a elecciones para un referendo
y nueva Constitución, un comicio donde los opositores se automarginaron. Después
se podrán repartir las culpas, pero el hecho es que el presidente sirio buscó abrir
algunas compuertas democráticas y la oposición las dinamitó. Esa opción por la vía
militar no fue casual porque durante 2011, mientras eso ocurría, los opositores
sirios estaban encantados con el giro que de la guerra en Libia. Había que buscar
eso mismo en Siria, decían.
Ante la espiral de violencia, las
Naciones Unidas y la Liga Árabe eligieron a Kofi Annan, ex secretario general de
la primera entidad, para una misión de paz en Damasco. Después de negociar con Al
Assad y la otra parte, de hablar con líderes de EE UU, la Liga Árabe, Rusia y China,
Annan desembarcó en el país árabe a principios de abril. En su segundo viaje pudo
anunciar un plan de paz de seis puntos que comenzaría con un alto al fuego el 12
de abril. Pero los tiros nunca cesaron.
Van por Damasco
Si se evalúa desde marzo de 2011
a la fecha, se nota un cierto avance de los opositores armados, lo que no significa
que vayan a ganar ni que estén a punto de hacerlo, como surge de las crónicas de
El País de Madrid, agencia Reuters y otros medios, descontando las tres cadenas
de televisión citadas al comienzo.
Han avanzado porque su lucha no
se planteó sólo en la ciudad central de Homs o en las norteñas Idlib y Aleppo. Además
de esos escenarios, fueron a dar la pelea en Damasco, donde el 18 de julio perpetraron
un atentado terrorista de gran magnitud y a la vez ocuparon durante algunos días
barrios metropolitanos y localidades cercanas. Al final debieron replegarse. Las
tropas regulares de Al Assad y sus milicias (shabiha) recuperaron todas esas posiciones.
El atentado merece una mención
especial. Fue perpetrado en la sede de la Seguridad Nacional, y mató cuatro funcionarios
de primer nivel: Daoud Rajha, ministro de Defensa; Asef Shawrat, viceministro de
Defensa; Hassam Turkmani, ex viceministro de Defensa e Hisham Ijtiiar, jefe de Seguridad
Nacional. Entre los heridos quedó el ministro del Interior, Mohammed al-Shaar.
Denotando su simpatía con el bando
de los autores del atentado, “La Nación” de Buenos Aires tituló el 19 de julio a
seis columnas: “Golpe al corazón del poder en Siria”. Si esa misma bomba hubiera
estallado en el Pentágono, el título habría sido: “Gravísimo y criminal atentado
terrorista en EE UU”.
Por otro lado los contrarrevolucionarios,
con abierto apoyo de Turquía, se han apoderado de dos pasos fronterizos entre Siria
y ese país; y controlarían otros seis de la frontera con Irak.
Cada uno de esos países tiene alguna
razón para aportar fondos, armas y propaganda para la caída de Al Assad. Turquía
porque se siente afectado por los planes sirios, de apoyar un gasoducto de empresas
rusas, que puede arruinar los trazados por autoridades turcas y estadounidenses.
Arabia y Qatar, porque quieren borrar del mapa a Irán y también a Siria, a la que
consideran excesivamente aliada a Mahmud Ahmadinejad. Israel también alimenta esta
campaña contra Damasco, un viejo enemigo suyo desde 1967, al que le ocupó las Alturas
del Golán. Si abaten a Al Assad, Israel nunca las devolverá y también creerá más
debilitado a Irán, al que quiere bombardear sus plantas de producción de energía
nuclear y otros objetivos.
En suma, los gobernantes sirios
tienen serios déficits en materia de democracia y renovación política. Pero los
peleles que EE UU pondrá en su lugar, si llega a concretar sus planes intervencionistas,
serán mucho peores. Esa película imperial ya se vio en Irak, Afganistán y Libia.
Hablando de Libia, un dato a favor
de Siria: el 19 de julio Moscú y Beijing vetaron en el Consejo de Seguridad, por
tercera vez, un proyecto de intervención armada contra Damasco patrocinada por Washington.
En Libia estos dos países habían votado una resolución similar, señal de que ahora,
tarde, aprendieron la lección. Al imperio no le será fácil comerse Damasco.