Cuando otros gobiernos planifican
para la semana siguiente, aquellos siguen con su buena costumbre de sus planes
quinquenales. Y socialistas.
Por Emilio Marín
El 8 de noviembre hubo un millón de caceroleros en Buenos Aires y el
resto del país, según la estadística de “La Nación”, que duplicaba el número
real. Ese día, en la otra punta del planeta, en la China de 1.360 millones de
personas, comenzaba el XVIII Congreso del Partido Comunista fundado en 1921 por
medio centenar de militantes. Ahora son 82 millones de afiliados.
Se sabe que los chinos son metódicos, laboriosos y organizados. Hacen
sus congresos cada cinco años y trazan planes quinquenales para llevarlos al
gobierno. Quinquenales. Debe ser una de las cosas que heredaron de la URSS de
José Stalin, “amigo del pueblo chino”, como escribió Mao Zedong en 1939.
Esa forma de planificar contrasta con las características de
improvisación de “Occidente” pero también con las políticas del capitalismo,
donde la “mano” bien visible del mercado es la que más manda. La otra “mano” es
la de las crisis, que en ese sistema vienen cada vez más seguido y se van mucho
más tarde, alterando la programación previa que las autoridades del signo dólar,
euro, libra, yen, etcétera.
No es que su moneda, el yuan, esté libre de problemas, ni que su
economía esté completamente blindada. Tampoco es que los chinos no prestan
atención a los giros bruscos de la realidad. De hecho en este evento van a
discutir mucho sobre cómo se relacionan sus planes de duplicar el Producto
Bruto Interno y el Producto per cápita para 2020, en comparación con el de
2010, con el poco amigable ambiente internacional y la crisis detonada por Wall
Street. No pueden sustraerse a semejantes realidades, pero en ese marco trazan
sus propios objetivos y son como un ejército que avanza según la estrategia
definida.
Lo primero que surge del XVIII Congreso -junto con ese aspecto de la
planificación e íntimamente ligada- es que China tiene un factor dirigente. Es
el Partido Comunista, pese a todos los intentos realizados por Estados Unidos y
sus aliados capitalistas para derrotar su sistema político. La última vez que
estas fuerzas intentaron el derrocamiento del socialismo chino fue en junio de
1989, con el motín de Tiananmen, cuando se apoyaron en un sector de los
estudiantes para tratar de abatir al gobierno. En Beijing les salió mal la
jugada. En Berlín, en cambio, en noviembre de ese año lograron tirar abajo el
Muro y el gobierno de la Alemania Democrática. Y luego cayó Moscú, entregada
desde adentro por Mijail Gorbachov y Boris Yeltsin. En cambio Tiananmen siguió
con las miles y miles de bicicletas yendo y viniendo, muchísimos autos,
bastante polución pero con el mismo régimen político. Y la gran pancarta de Mao
en la tribuna y entrada a la Ciudad Prohibida
Notables avances.
El Secretario General hasta ahora es Hu Jintao, que completa dos
períodos de cinco años y cederá ese lugar a Xi Jinping, quien en marzo del año
próximo, cuando se reúna la Asamblea Nacional Popular, también será investido
como presidente de la República Popular.
En estos diez años transcurridos, como en la década anterior bajo la
batuta de Jiang Zemin, el país tuvo avances espectaculares en lo
económico-social, así como logros en el plano político y su proyección
internacional. A la vez, como reverso de esa brillante moneda, el gigante
asiático no pudo sustraerse a los fenómenos negativos de la corrupción en parte
de las administraciones nacional y de las provincias. Este y otro asunto grave,
como la polarización social entre un número creciente de ricos y muchos otros
chinos que apenas están saliendo de la pobreza, serán grandes desafíos para el
nuevo liderazgo de Xi.
Sobre los avances en el último decenio cabría destacar que desplazó a
Japón como segunda potencia mundial y que mantuvo tasas de crecimiento “chinas”,
del del 10 por ciento anual. Por eso pudo sacar a 150 millones de personas de
la pobreza, en uno de los mejores rendimientos de países respecto a las Metas
del Milenio promovidas por la ONU e incumplidas por la mayoría.
El brillo de los Juegos Olímpicos de 2008, ganados por los locales en
Beijing, así como la colocación de los primeros astronautas en el espacio y el
prestigio en los foros mundiales como el Movimiento de Países No Alineados o el
“Grupo de los 77 más China”, deben ser mensurados porque no fueron mero reflejo
del mayor poderío económico.
Esos mayores acuerdos comerciales y políticos también se han
verificado en Latinoamérica, considerado por EE UU como su propio “patio
trasero”. La mayor presencia de los asiáticos en esta región realimentó
sentimientos de Washington en contra de China, pero también adversos respecto a
los gobiernos de Cuba, Venezuela, Ecuador, Argentina, Brasil y otros que -como
parte del mundo multipolar- tomaron decisiones soberanas en sus relaciones
internacionales, sin pedir permiso al Norte.
Que un pueblo que hasta 1949 era de una mayoría de campesinos
analfabetos y hoy pone naves tripuladas en el espacio con su propia tecnología,
es una proeza del socialismo. También pasó en la URSS, país de mujiks que tuvo
a Yuri Gagarin y Valentina Tereshkova.
Con el 13 por ciento de las tierras cultivables del planeta y el 7 por
ciento de los recursos hídricos, China da de comer al 23 por ciento de la
población mundial. El 23 por ciento es también la cuota mundial de sus
internautas, por lo que ocupa el primer lugar. ¿Pueblo desinformado siendo el
de mayor número de conexiones a la web y el de más cantidad de teléfonos
celulares de todo el mundo?
El país de los ojos rasgados tiene sus dramas, como se reseñará. Pero
sobresalen sus méritos y la superpotencia norteamericana venida a menos le
tiene ojeriza. El Pentágono ha definido que el mayor desafío a su hegemonía
está planteado en la región Asia-Pacífico. Allí empieza a concentrar sus bases
y apuntar sus misiles. Adivine por qué.
Asuntos no resueltos.
Algunos problemas a debatir en este Congreso son de orden táctico.
Verbigracia, cómo capear el temporal de la crisis mundial y retomar un alto
crecimiento que permita duplicar el PBI en el 2020.
El gobernador del Banco Popular de China, Zhou Xiaochuan, en uno de
los paneles de debate del evento, confirmó que “por impacto de la crisis de
deuda soberana en Europa, la economía de China empezó a desacelerarse este año.
Crecimos sólo 7.4 por ciento en el tercer trimestre de 2012”, dijo Zhou,
también delegado comunista.
Para ellos haber crecido 7,4 por ciento es como haber decrecido. Para
Europa esa cifra sería un milagro chino.
Si hay un menor desarrollo, al menos en el comienzo del nuevo plan
quinquenal, entonces habrá que distribuir mejor la riqueza socialmente
producida, beneficiando más a las zonas interiores, sectores rurales y otras
franjas de la población fuera del litoral este del país, donde hay mayor
desarrollo industrial y de servicios, con más inversión del Estado y de
empresas extranjeras. Estos son cuestiones más estratégicas, donde se juega el
destino del socialismo.
En su discurso inaugural, el Secretario General saliente reiteró la
vigencia de la “concepción científica del desarrollo” que él mismo había
fundado en 2003. Sostenía que el crecimiento económico debía ir de la mano de
resolver problemas tales como “el excesivo consumo de recursos, la grave
contaminación medioambiental y la creciente brecha entre los ricos y los pobres”.
Según muchas informaciones, esa brecha no disminuyó ni mucho menos
dejó de existir. En parte porque el desarrollo de un “socialismo con
peculiaridades chinas” empleó muchos recursos propios de una economía de
mercado, con la consiguiente desigualdad de ingresos. Y en parte también
porque, ligado a lo anterior, el vasto aparato del partido y del Estado fue
permeado por el fenómeno de la corrupción. El saliente primer ministro Wen
Jiabao, pidió una investigación judicial en su contra, luego de una denuncia de
que él y su familia se habían enriquecido.
El país por donde sale el Sol no se anda con chiquitas a la hora de
reaccionar ante la lacra de la corrupción. No hay impunidad. Han habido
funcionarios juzgados y condenados por la justicia, incluso algunos fusilados
por ese motivo.
La lista de desafíos para la nueva cúpula del PCCh, además de la
prueba de eficacia en la función a desempeñar de ahora en más, incluye asuntos
como la lucha contra la ralentización económica, el auge de la corrupción
gubernamental y la creciente polarización social. Eso, además de las nubes de
crisis y de guerra que hay en el mundo, por lo que aquellos insisten en la
necesidad de un ambiente internacional pacífico.
¿Lo podrán lograr? Antecedentes, población, voluntad y cultura no les
faltan. Y además cuentan con una herramienta política que no piensan abandonar.
“Debemos otorgar gran importancia a la construcción sistémica, promover al
máximo la fuerza del sistema político socialista y aprender de los logros
políticos de otras sociedades. Sin embargo, jamás copiaremos el sistema
político occidental”, dijo Hu Jintao a los 2.300 delegados del XVIII Congreso.
Los chinos no cambian de color. Y son 1.360 millones.